En 1993, cuando estaba en 2°
medio, estudiando en un colegio de monjas del cual quería salir corriendo, cayó
en mis manos un libro que me impresionó: “Los hornos de Hitler”. En él, la autora
exponía el nivel de locura y desprecio por la vida humana, que a ella le tocó sufrir;
y yo llegué a sentir la más profunda admiración por el pueblo judío y su resciliencia
para no perecer, para prevalecer cuando quieren exterminarte y quitarte todo, hasta
la humanidad. Como era yo muy joven y pensaba que tener una religión era
necesario para vivir, y la que me habían impuesto me repugnaba absolutamente por su falta de
coherencia con lo que se supone es el amor fraterno de Cristo, pensé seriamente
en hacerme judía y cambiarme al bando del “Señor de la Justicia”.
Hoy en día, laica, con 25 años más en el
cuerpo y muchos más libros e información encima, y considerando personalmente que
los dioses no son más que las ideas con las que el hombre busca dar un sentido
a su pequeña existencia, me deja perpleja la actitud del Estado de Israel y la
forma en que se ha comportado con el pueblo palestino. Puedo llegar a entender
(sin justificar) que luego de la declaración de independencia de Israel en 1948,
que fue lamentablemente rechazada por Palestina, el estado naciente iniciara
una lucha armada para consolidarse. No obstante,
han pasado 70 años desde aquello, y tristemente el Estado de Israel, ya consolidado
y con una calidad de vida del primer mundo para sus ciudadanos, se ha portado
en los últimos años como si hubiese perdido la memoria respecto al dolor que
significa para un ser humano, ser expulsado de su casa, acosado, tratado como ganado,
y masacrado.
Es esa perplejidad por la falta
de coherencia y no antisemitismo, lo que tiene al mundo entero apoyando a
Palestina, pero lamentablemente Israel, a pesar de estar en una posición
claramente dominante y privilegiada para solucionar la situación, todo lo
percibe como un ataque, incluso cuando es el él quien ataca. Ciertamente,
Israel se defiende diciendo que su estado está peligro, pero a la luz de los
hechos, eso no es más que una justificación vacía para no hacerse cargo del
ataque población civil y la ocupación territorial, y es eso lo que el mundo
censura: la falta de simetría en la guerra; es como si 10 hombres pelearan
contra uno solo, le sacaran la cresta, y esos mismos 10 se auto denominaran
valientes y justos. Es la falta de justicia al hacer la guerra.
Debemos recordar que, en 1947, la
ONU, aprobó la creación de dos estados, uno israelí y otro palestino, en lo que
había sido el Protectorado Británico de Palestina; ello, como consecuencia de la
necesidad de resolver de la manera más justa posible los horrores del
holocausto, y la necesidad de reubicar a miles de personas que no querían ser
recibidas en ninguna parte.
Ahora bien, lejos de acatar la resolución, los
hijos de la justicia se tomaron la revancha con el más débil, ocuparon terrenos
palestinos “muñequeando” por la propiedad de Jerusalén, y hoy el pueblo palestino
está prácticamente circunscrito al gueto de Gaza, absolutamente superpoblado y caratulado
como población de segunda clase, por parte de Israel.
Hace unos días se aprobó en el
parlamento israelí, la ley Estado- Nación, que consagra a Israel como una
patria judía, y declara el hebreo como lengua oficial. Es evidente que un estado
soberano tiene derecho a auto determinarse libremente y decidir cómo habla, cómo escribe y en qué dios o idea cree, pero lamentablemente ante la comunidad
internacional, aquello se lee como un “no voy a parar”, y considerando la
particular situación de Israel y Palestina, parece más una provocación; tal como
quien pretende apagar un incendio con bencina pues, el pueblo palestino, es también un pueblo que ama su propia fe, sus sueños de libertad y considera a
Jerusalén como una ciudad santa, a cuya parte oriental ha declarado capital de
su estado, el cual ha sido reconocido por varios países, entre ellos Chile.
Es importante aclarar que, el
reconocimiento al Estado Palestino, no constituye apoyo a un estado por sobre
otro, ni al islamismo en desmedro del judaísmo; porque para un laico, la religión
y el estado son dos cosas distintas que no deben mezclarse: ambos estados deben existir; y no obstante, es
imposible no empatizar con los palestinos, quienes están siendo atacados,
lamentablemente, por un pueblo que hace 75 años fue, asimismo, vejado
salvajemente.
Lo más inverosímil de todo, para
aquellos que aún no creen en lo circular de la historia (o en la falta de
memoria del ser humano) es que Israel, pretendiendo alejar a “los terroristas
palestinos”, ha construido un muro, tal como hubo en Varsovia un día; ello, sin
contar con que desde hace días Gaza, el gueto moderno, se encuentra aislado por
las tropas israelíes respecto de los suministros que entran a la ciudad y está sin
combustible. ¿Le suena familiar la historia?
Ahora bien, tampoco creo que esta conducta se deba a una maldad sionista o alguna cosa del tipo teoría
conspirativa, sino que, creo que el pueblo judío, aún tiene el trauma del
holocausto muy encima, y aquello ha trascendido al estado que formó, entonces tratando de sobrevivir bombardea todo lo que se mueve,
pero ya está: en esta ocasión no son las víctimas; por eso, hoy ni la ONU les presta blindaje; y es que, ya no da para más la situación en Gaza.